
Anunció su inminente llegada durante la noche. Hacía mucho que lo esperaba. Parecía una vida de estar juntos, como dos corazones que laten al unísono, más conectados que ninguno. Cuando tenía pena, me parecía sentir de él una leve caricia; al estar contenta, juntos celebrábamos aquellos triunfos. Sin embargo, jamás nos habíamos visto… Y ése era el momento.
Casi no pude dormir imaginándolo. Podía visualizarlo riendo. En mis sueños, tenía una hermosa sonrisa, tanto como el cantar de los ángeles o el más bello de los amaneceres. Podía ser que fuese moreno; tal vez tendría tez clara, aún no lo sabía. Sólo tenía una certeza: En sus ojos vería a Dios. Él era la persona que más amaba. Él es lo que más quiero en este mundo. A quien siempre había esperado.
Las horas transcurrieron entre ensueños. Hasta que despuntó el alba… Y entonces vinieron a buscarme. Él vendría; ya quería estar aquí. Conmigo. El momento de reunirnos había llegado. ¡Cuántas veces lo anticipé entre fantasías! Y entonces, ya era una realidad. Sentí temor y ansiedad. Añoraba ya tenerlo entre mis brazos. Pero también tenía miedo. ¿Y si algo fallaba? Sencillamente, no podría resistirlo.
Los dolores, cada vez más intensos, indicaban que estaba un paso más cerca. Un minuto más, y otro más. Cada segundo que pasaba le atraía más a mí. Y descubrí que ya jamás estaría sola. Que una dulce inquietud se apoderaría de mi vida. Porque él sería el centro de mi universo. Cada cosa que hiciera sería por y para él. Que cualquier noticia trágica que escuchase en el informativo diario, me rompería el alma, empatizando con otras igual que yo y otros como él. Que le dedicaría cada respiro. Que cada cosa que ocurriera en el mundo me afectaría, porque el mundo era para él. Y que de ser necesario construiría otros, con tal de hacerlo el hombre más feliz del universo. Estaba dispuesta, como siempre estuve, a entregarle toda mi vida.
29 de junio de 2002. 14:10 horas. Gustavo Emanuel ya estaba ahí. Su primer llanto, sus ojitos dulces, algo temerosos y confundidos se detuvieron en los míos. Y se quedaron ahí para siempre. Ese día nací otra vez. Allí, en la maternidad de la Clínica Las Violetas, nació un amor que me acompañará hasta la muerte. Y aún más allá, traspasará las fronteras de la eternidad.
Casi no pude dormir imaginándolo. Podía visualizarlo riendo. En mis sueños, tenía una hermosa sonrisa, tanto como el cantar de los ángeles o el más bello de los amaneceres. Podía ser que fuese moreno; tal vez tendría tez clara, aún no lo sabía. Sólo tenía una certeza: En sus ojos vería a Dios. Él era la persona que más amaba. Él es lo que más quiero en este mundo. A quien siempre había esperado.
Las horas transcurrieron entre ensueños. Hasta que despuntó el alba… Y entonces vinieron a buscarme. Él vendría; ya quería estar aquí. Conmigo. El momento de reunirnos había llegado. ¡Cuántas veces lo anticipé entre fantasías! Y entonces, ya era una realidad. Sentí temor y ansiedad. Añoraba ya tenerlo entre mis brazos. Pero también tenía miedo. ¿Y si algo fallaba? Sencillamente, no podría resistirlo.
Los dolores, cada vez más intensos, indicaban que estaba un paso más cerca. Un minuto más, y otro más. Cada segundo que pasaba le atraía más a mí. Y descubrí que ya jamás estaría sola. Que una dulce inquietud se apoderaría de mi vida. Porque él sería el centro de mi universo. Cada cosa que hiciera sería por y para él. Que cualquier noticia trágica que escuchase en el informativo diario, me rompería el alma, empatizando con otras igual que yo y otros como él. Que le dedicaría cada respiro. Que cada cosa que ocurriera en el mundo me afectaría, porque el mundo era para él. Y que de ser necesario construiría otros, con tal de hacerlo el hombre más feliz del universo. Estaba dispuesta, como siempre estuve, a entregarle toda mi vida.
29 de junio de 2002. 14:10 horas. Gustavo Emanuel ya estaba ahí. Su primer llanto, sus ojitos dulces, algo temerosos y confundidos se detuvieron en los míos. Y se quedaron ahí para siempre. Ese día nací otra vez. Allí, en la maternidad de la Clínica Las Violetas, nació un amor que me acompañará hasta la muerte. Y aún más allá, traspasará las fronteras de la eternidad.

1 comentario:
Pamela:
Que pa´so con su trabajo en clase de ayer?
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